Hay días en los cuales extrañas a tus padres, hermanos, amigos, tu lugar
favorito donde ibas a tomarte un café o un pisco sour, tu trabajo. Y conforme
va transcurriendo el tiempo, aprendes que cada mensaje o noticia del otro lado
del mundo, es tan significativa para acortar distancias, que hace que tu corazón
se alegre. También pasa, que la distancia y los cambios de horarios, hacen que
la frecuencia de comunicación disminuya y en muchos casos se pierda, por la
rutina del día. Pero también sucede, que hay amistades que, a pesar de la
distancia y pausas largas de comunicación, se reencuentren y fluyan como si nunca
se hubieran dejado de ver.
Sin embargo, aprendemos a desaprender. A no esperar nada a cambio. A sonreír
y en mi caso mirar cada día como un milagro. Aprender, abrazar y llorar, por
qué no, de cada experiencia vivida. Y cuando miras lo recorrido, lo bueno que
te rodea, la fuerza interna que te impulsa, reconoces que siempre hay y habrá
algo nuevo que aprender.
El camino de la vida nos da la posibilidad, de convertir la adversidad en
una oportunidad. A madurar, aunque a veces nos resistamos. A amarnos y disfrutarnos.
A reconocer nuestras fortalezas y debilidades, para cultivarnos y mejorar. A
gozar de lo más sencillo de lo vida, como de la soledad o de una buena compañía.
Mi camino se va pintando amable, con sonrisas y también con matices. De hecho, el tener
a mi lado a mi compañero de vida y a nuestra pequeña guerrera, hace que mis
energías se recarguen para seguir avanzando día a día.